lunes, 8 de junio de 2009

Una Epoca

En el paraíso de nuestra juventud no percibíamos el azufre del jardín. Después de la anosmia vino otra generación y lo cambió todo, AMGD*
Cualquiera que sea su mundo, cultura o religión, el joven de veinte años se fijará antes en la roja manzana del árbol, que en el paisaje del que el árbol forma parte. Con esta metáfora queremos significar que el color de la misma cosa cambia, según el cristal –en este caso el cristal del tiempo—con que se mira.
Estos apuntes para la revista MC2, quincuagésima octava de las que me llaman a colaborar, van a versar de la vida y de las cosas de los años cincuenta, que desde la perspectiva del siglo XXI, cobran una dimensión distinta, bastante diferente por cierto, que parece mentira, con lo hermosa que fue para los de mi quinta la época dorada de la juventud, la de los montes de orujo caliente en el llano de este nombre, refugio de los sin-techos; recuerdos de “el Arao”, “Pitillilo”, ”la Cantorala” “Cubitas”..., capitanes de una pléyade de hambrientos, al amor del alpechín recocido, las noches de invierno. ¡Qué buen colchón!, para yacer por vez primera con “La-del-bollo”, lugar hoy (¡Oh!), convertido en solaz de parque urbano, paradójicamente cerrado a la noche.
Gracias a la existencia de publicaciones periódicas en la localidad, la fantasía del escritor no podrá volar muy alto, pues lo escrito, escrito está, y no hay que darle más vueltas.
Es bien cierto que los periódicos de entonces, (“Arunci”, 1955-1962; “El Gallo”, julio-noviembre 1951), no decían que dieciséis años antes hubo una guerra, que el Reverendo Martín Clemens en sus predicaciones de hoy la llama, “la guerra incivil” y que todavía sufríamos las consecuencias del enfrentamiento, pues las cartillas que racionaban los víveres estuvieron vigentes hasta 1952, y que el hambre física no va a desaparecer de la casa obrera hasta bien avanzada la década de los 60, con el brutal éxodo registrado, aproximándose el nuestro a un cuarto de la población, la que rodaba por los andenes de Europa, o asentándose por las regiones más prósperas como Cataluña o los pueblos del Levante, de los que Hospitalet del Llobregat, o Denia absorben la mayor parte. Según residentes de este pueblo, en el cementerio de Denia, a finales de siglo, hay más tumbas de andaluces que de alicantinos. Morón, de 35.211 habitantes en 1955, cerca de cuarenta mil durante la construcción de la base americana, bajó a 27.918 diez años después. Este dato demográfico, no acaba de levantar cabeza.
Los que no tuvimos, o ni siquiera pudimos emigrar –¡Dichoso aquel que nace, vive y muere oyendo el agua de la misma fuente!—hacíamos de nuestra vida, lo que cualquier joven, en cualquier parte del mundo podía hacer: abrirse al amor, a la amistad y a la sana convivencia con los demás, en nuestro caso lastrados con los rombos curiales de la censura, y desde luego ceñidos obligatoriamente al pensamiento reinante, que fuera del régimen todo era insurrección o “contubernios judeo-masónicos”, en opinión del staff , “pecado de llama eterna”, según la S.M.I. (Santa Madre Iglesia).
Recuerdo que el primer artículo en letra impresa que publiqué (1956) fue para pedir públicamente a las autoridades civiles y al cura, que nos permitieran organizar nuestras propias fiestas privadas, como hacían en sus domicilios “los niños litri” (herederos de los pudientes) y tuve que firmar con seudónimo, aconsejado por el responsable del semanario, Pepe Aranda, para evitar complicaciones. Y aún así, éramos tan felices, que hasta nos inventamos una locución: en casa no comemos mucho, pero nos reímos tanto…

Juan J. García López

*Ad Mayorem Gloria Dei (por cierto que es el título de una novela mu güena de Ramón Pérez de Ayala)

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